martes, 29 de octubre de 2013

El efficiency donde habito

Crónicas de un inmigrante solo (II)

Apuntes 2013/Alberto
Vivo en un efficiency* integrado a una casa rodante. En mi cuarto, que también es sala y cocina, cabe el catre de donde sobresalen mis pies en la noche, una pequeña mesita sobre la cual descansa el televisor, así como otra mesa con gavetas que esconden los utensilios de cocina sin usar. Al principio quise incorporar una silla, pero no lograría llegar hasta el estrecho clóset. Junto a la puerta de entrada, una pieza metálica como de carro sirve de base al minibar que, a su vez, sostiene al horno de microondas. El primer día de cada mes pago 400 dólares de renta.

Sin embargo, puedo presumir el baño. No es inmenso, pero en el área de ducha podrían bañarse dos personas que se quieran mucho. Las paredes de esta zona están cubiertas con pequeños mosaicos de tono gris matizado por el uso. Debido al diseño de flores naranja en su cara exterior, la doble cortina de nailon impregna de alegría el mejor espacio del efficiency. Los tres focos sobre el espejo disparan la luz hacia la cocina si la puerta del baño permanece abierta. El lavamanos descansa sobre un armario de madera siempre mojado en su interior. Es poco profundo, pero me sirve también para fregar los trastes de cocina. 

El inodoro está impecablemente limpio, sólo lo opaca el óxido desprendido por los tornillos de la tapa plástica que lo cubre. Desde este punto visualizo, "a lo lejos", la olla arrocera que prepara mi alimento preferido. Muy cerca de ésta, pero en un nivel más alto y brotando de la pared, se encuentra el aire acondicionado. A veces, cuando las necesidades fisiológicas se me atoran en las tripas del vientre, me concentro en las gotas de agua que caen del aire acondicionado y ponen en peligro la integridad de las conexiones eléctricas.

Olvidaba mencionar la ventana. De noche la mantengo cubierta por una cortina roja que se divide en dos partes para dejar ver la calle, siempre y cuando también abra la persiana americana prácticamente adherida al cristal. Son dos calles en sí, una algo rústica que da acceso a la casa móvil y otra de cuatro carriles donde habitualmente tomo el bus. Durante el día, trabo la cortina roja con el soporte de madera que la sostiene. Es la única forma de que la luz solar o el resplandor que persiste aun en días lluviosos penetren al interior del efficiency.

El piso está hecho con lozas grandes y brillosas de color beige. Me gusta porque no necesito limpiarlo todo el tiempo. Si algo lo ensucia, basta un pedazo de papel toalla humedecida para que vuelva a ser como antes. Lo malo es que ese tipo de papel no es barato.

He tenido que aprovechar los espacios entre mueble y mueble. Por ejemplo, el minibar y la mesa para preparar los alimentos dan cobija a la bolsa de arroz Canilla, un envase plástico con aceite de maíz y una botella de vinagre. Del otro lado de la mesa, pero sin ningún tipo de recato, ha crecido una especie de pequeño almacén al descubierto que resguarda el agua embotellada, el para mí imprescindible refresco Sprite con sus dos litros de líquido gaseoso y azucarado, paquetes plásticos de jugo Goliath y la bolsa con los envases de plástico donde guardo la comida sobrante.


A la hora de dormir, tomo la caja vacía de la olla arrocera y coloco encima de ella los cojines rojo y gris que descansan sobre mi catre. La endeble estructura se convierte en una especie de mesa movible sobre la cual pongo los dos controles de la televisión.        

No hay más espacio que describir. El resto no me pertenece.



*Efficiency: Es una especie de apartamento muy pequeño que incluye el baño, pero la cocina comparte el espacio con el resto de la vivienda sin una división que la separe del área para dormir. 

viernes, 25 de octubre de 2013

Crónicas de un inmigrante solo (I)

He abandonado mi blog

Aunque en todos estos meses  he entrado a sus páginas para sentir que aún me pertenece, no he sido capaz de dedicar una sola letra a mis lectores, a quienes agradezco el hecho de mantenerlo vivo con sus visitas. El mismo tema que lo vio nacer es el que me alejó de la escritura. Mi vida de inmigrante también enfrenta los escollos del extranjero que lucha por su necesaria integración al medio que lo rodea. 

Un día me dije: es imprescindible hacer un alto, algo no está funcionando. Llegó el momento en que los años pasan aceleradamente. Además, he logrado muchas cosas buenas, pero no estoy conforme. Seguramente, no soy el único en esta situación. Aproximarse al medio siglo de vida tal vez sea sólo un detalle, porque en la actualidad nos hacemos viejos más tarde; sin embargo, corren tiempos agobiantes para todas las edades. La competencia para subsistir es cada vez más cruel. No quiero ser catastrófico, pero la realidad me ha golpeado últimamente.


El hecho es que quise probar suerte en otros espacios, en otros territorios dentro de la inmensidad que representa vivir fuera del país que te dio vida. Cambié de ciudad. De Albuquerque (el desierto) a Miami (el mar). Ya son nueve meses sobrellevando la soledad que implica alejarte de la familia. Otra vez la lejanía. Antes la de los progenitores, ahora la de los descendientes.  Lo mejor de todo está en la experiencia de empezar de cero: nueva vivienda, incesante búsqueda de empleo, calles desconocidas, nuevos compañeros de trabajo, rezar para no enfermarse…

Ciudad de Miami. JessicaGale/morguefile

Todavía no puedo decir si mi decisión de buscar otros horizontes haya fructificado lo suficiente como para influir en mi futuro próximo. No obstante, el cambio me ha alimentado espiritualmente. Mis fuerzas se han movilizado para enfrentar retos distintos. Aunque el desenlace de este viaje me está llevando al punto de partida, al regreso, al mismo sitio, he crecido explorando otros caminos. Es tiempo, entonces, de compartir en estas páginas las vivencias más significativas. 

Hoy estoy de vuelta.