¿Qué perdemos? ¿Qué ganamos?
La defensa de los derechos humanos no pertenece a ningún partido ni ideología, es una conquista de la humanidad.
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José Zepeda (tercero de izquierda a derecha) junto a Wim Jansen, ex director del Departamento Latinoamericano de RadioNederland, Nadia Czeraniuk de Schaefer, rectora de la Universidad Autónoma de Encarnación, Paraguay, y Benjamín Fernández Bogado, propietario y director de Radio Libre del Paraguay, a propósito del otorgamiento del título de Doctor Honoris Causa a Zepeda.
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Después de dos meses sin escribir en vivirenotrastierras, lo que podría significar una "catástrofe", según los especialistas en redes sociales, hoy regreso a mi refugio para presentarles a una de esas personas que fueron obligadas a emigrar a otro país.
Recuerdo el espíritu solidario que despertó en el mundo la situación del pueblo chileno como resultado de la dictadura militar encabezada por Augusto Pinochet entre los años de 1973 y 1990. De mi mente no escapa la imagen del matrimonio de chilenos que con sus hijos pequeños se estableció en el edificio donde transcurrió mi adolescencia. Ellos formaban parte de los cientos de miles que salieron de Chile después de ocurrir el golpe militar contra Salvador Allende, entonces presidente de ese país.
Con el transcurrir de los años muchos regresaron, pero otros aún permanecen fuera de Chile. Tal es el caso de José Zepeda, quien ha dedicado parte de su vida a la lucha por los derechos humanos desde su principal trinchera, Radio Nederland, en cuya emisora es el Representante Especial para América Latina y El Caribe.
¿Cuándo y por qué decidió emigrar a Europa?
Llegué a Holanda el 19 de febrero de 1976. No decidí emigrar, “me fueron” los militares de la dictadura de Augusto Pinochet. Había sido detenido el 25 de septiembre de 1973. Era, hasta el golpe militar, gerente de Radio Atacama de Copiapó, CA 121. Una emisora comprometida con el gobierno de Salvador Allende, propiedad de todos sus trabajadores, bajo el sistema de cooperativa. El transmisor de la emisora fue destruido para evitar cualquier intento de ponerlo nuevamente en el aire. Con motivo de la presión internacional, la dictadura se vio en la necesidad de sacar un decreto ley 504 que conmuta las penas de prisión por exilio. Mi hermano Lincoyán y yo habíamos sido condenados por un Consejo de Guerra, en noviembre del 73, a cinco años de prisión, paradójicamente por violación a la ley 12927 de seguridad del Estado y por oposición “al gobierno legítimamente constituido”. En la cárcel recibimos dos invitaciones, la de Holanda y la de Austria. Esta última gracias a la gestión de dos curas que nos habían prometido, antes de ser expulsados del país, conseguir visas para nosotros. Escogimos Holanda, a mi expresa petición, porque le dije a mi hermano que yo quería intentar trabajar en Radio Nederland, una ilusión carcelaria que se haría, felizmente, realidad. Lo extraordinario de la llegada es que viajábamos de un país con 32 grados a la sombra hacia uno con dos grados bajo cero. Pero felices por la libertad recobrada. Sólo tengo agradecimientos para el gobierno holandés de la época, que nos recibió con la mano abierta y llena de generosidad y el abrazo fraterno que necesitábamos para recobrar la fe en los seres humanos.
¿Cuáles fueron sus primeros conflictos en un país con una idiosincracia distinta a la de Latinoamérica?
No los llamaría conflictos, sino diferencias culturales. Mis dos hijos, muy pequeños, se escondían bajo la cama para no ir a la escuela. Tenían pánico a enfrentarse con otros chicos que hablaban un idioma que no entendían y jugaban juegos para ellos desconocidos. Me asombró la costumbre de poner en agenda, con mucha anticipación, las citas para reunirse. No entendía por qué uno no debía llegar a la casa de los amigos holandeses a ciertas horas, sin anunciarse previamente. Me inquietaba que para todo se convocara a reuniones. Luego, muy pronto, entendería que uno de los pilares de la democracia local se asentaba en la discusión, el diálogo y la participación sostenida. Los holandeses pueden discutir diez años, si es preciso, un tema de importancia nacional. Una virtud, para mí, incuestionable, de libertad, participación y seriedad democrática. Pero, tal vez, el dilema más serio era la comida. La herencia calvinista había devuelto la alimentación a sus orígenes nutritivos y punto. Las comidas no eran, como en nuestro mundo, una ocasión social con rasgos sibaritas. Una oportunidad de ensalzar los platos y la buena mano, el momento de brebajes espirituosos que azuzan la alegría y el buen humor. Un amigo chileno me contaba que estaba en un período de ahorro con su mujer holandesa y para ello consumían lo que él llamaba elocuentemente “el bolo alimenticio”. No creo que sea necesario entrar en mayores detalles a la vista del nombre de ese… preparado.
¿Qué coincidencias pueden existir entre un chileno y un holandés?
Otro mundo, otro continente, otro clima y otra cultura… pero ambos son producto de la cultura occidental y le rezan al mismo Dios. Los latinoamericanos, por cierto, entre ellos los chilenos, somos descendientes tanto de indígenas nativos como de europeos, de africanos, árabes y otros tantos pueblos. Somos, en consecuencia, producto del mestizaje, al igual que ellos. Por otra parte nos une el buen humor, con una excepción. Yo pensaba al comienzo que los holandeses no se reían mucho, que era gente más bien adusta, pero me equivocaba. Tienen un sentido del humor arraigado en el diario vivir. La risa forma parte de su vida, como la de nosotros. La excepción está dada por el humor negro, porque ven en él, muchas veces, atisbos discriminatorios o insultantes para el otro. Sin embargo, a los chilenos nos encanta ese humor sangrante e irreverente. Nos burlamos y reímos de los demás, del mismo modo que lo hacemos con nosotros mismos.
¿Qué espacio ha ocupado Radio Nederland en su vida como migrante?
Seguramente ha ocupado la parte más importante de mi vida. Gracias a Radio Nederland me he realizado como profesional y me he sentido útil, en el mejor sentido de la palabra. Útil porque la información que ofrecemos sirve de algún modo a quien la recibe. Porque la defensa de los derechos humanos no pertenece a ningún partido ni ideología, es una conquista de la humanidad. Porque no hay dictadura buena, ni de izquierda ni de derecha. Porque el fomento del diálogo establece la condición indispensable para hablar de democracia: Hay quienes opinan distinto a nosotros. Cuando los opositores son considerados esbirros, cuando se les ve como traidores a una causa, estamos frente a una anomalía democrática, venga de donde venga. Radio Nederland es la partera de nuestras virtudes. Sin ella seríamos otros.
¿Cómo asume usted, desde el punto de vista sentimental, su doble nacionalidad?
Soy un afortunado que tiene dos madres: la chilena y la holandesa. A ambas las amo inmensamente y no renunciaría nunca a ninguna de las dos. Me siento chileno y me siento holandés. Qué más quiero…
¿Cuál es su opinión sobre los procesos migratorios?
Son malos tiempos estos para la migración. Las crisis económicas recurrentes han dado frutos amargos: políticos populistas que atizan y explotan el miedo de sus congéneres. Acusan de todos los males al extranjero, al que ha venido a robar el pan de nuestras mesas. Pero está demostrado que sin esos extranjeros el país sería menos. No habría mano de obra que los nacionales no quieren realizar. No se habría beneficiado del aporte cultural que esos extranjeros traen consigo. Pongo solo un ejemplo: Holanda come mejor hoy que ayer porque los inmigrantes indonesios, los surinameses, los curazaleños y los latinos de toda laya han incrementado el libro de recetas con los sabores y los olores traídos de otras tierras. Es indispensable decir aquí que la reina Beatrix, en persona, ha tomado una actitud valiente y pública en contra de los intentos de establecer el chovinismo nacional como medida para juzgar a los extranjeros. Es una actitud meritoria que comparten muchos holandeses. La discriminación se ceba principalmente con los provenientes de Oriente, con los africanos y con los afro descendientes. Mentiría si dijese que me han discriminado. Por el contrario, me han ayudado y estimulado.
¿Si pudiera regresar al pasado, emigraría nuevamente?
No tengo una respuesta única. Hubiera preferido que las cosas no pasaran como pasaron. Me hubiese gustado que evitáramos el golpe militar y todas sus secuelas de dolor y sufrimiento, incluida la salida de Chile. Dicho lo cual, esta migración obligatoria, este exilio y posterior integración en un país distinto, me ha permitido ser lo que soy. He hecho del dolor una lección de vida por mí y por los otros compatriotas que compartieron el mismo sino. Querían destruirnos física y sicológicamente para demostrar que no éramos dignos de esta vida, “humanoides” como le gustaba llamarnos a un almirante alcohólico. Les hemos demostrado, con nuestra propia experiencia, que estaban equivocados. Cometimos muchos errores, qué duda cabe, pero no somos asesinos, ni cómplices del torturador ni del represor. Bien vale la pena ver el paisaje nacional desde la distancia, así se aprecian mejor las luces y los claroscuros. A Chile lo quiero entrañablemente y regreso cada vez que puedo a disfrutar de los míos y de mi tierra hermosa. A Holanda la amo intensamente porque me dio un hogar y su calor para abrigarme cuando las noches frías helaban mis huesos y mi corazón.