foto: slowfoot |
Los verdaderos amigos están con uno en las buenas y en las malas; a veces, sólo regresan a nuestras vidas en los momentos más difíciles. Aquellas amistades que conservamos desde la infancia o la adolescencia tienen la ventaja de conocernos como somos realmente, porque los muros que construimos después son máscaras para defendernos de las relaciones poco honestas del mundo de los adultos.
Hoy he visto a uno de esos amigos con los que compartí las aulas, los juegos, las aspiraciones, las escaseces, los proyectos y la ideología. Nos reencontramos en un mundo diferente al que nos habían inculcado y llegamos a soñar. Nuestras ideas, sin duda alguna, han madurado, tal vez difieran en la forma, pero mantienen su esencia humanista.
Me alegra que nuestros trayectos hayan acumulado experiencias radicales, mas no intolerantes. Nos han hecho mejores personas aunque muchos puedan pensar lo contrario. En este encuentro lejos de la tierra que nos encaminó los valores, reímos las vicisitudes, lloramos las pérdidas, crecimos las esperanzas; pero, sobre todo, cantamos nuestra amistad.