martes, 24 de diciembre de 2013

¡Si te gusta la nieve, te aguantas!

Foto: Penywise/Morguefile

La nieve no me pareció gran cosa la primera vez que la vi. El invierno apenas comenzaba. La temperatura fue bastante baja hasta que empezaron a caer "pedacitos de agua congelada", como plumillas de algodón. Me asomé al balcón de la residencia estudiantil al igual que varios de mis compañeros. Pero, como no sentí frío, opté por quitarme el pesado abrigo cubierto con pelo artificial que me hacía parecer oso del trópico. La incipiente nieve se derretía cuando caía sobre el asfalto. Ante mi cara de frustración, una hermosa chica rusa que nos visitaba ese día comentó: Подожди, это еще рано. Ты увидишь, что произойдет дальше! (Espera, todavía es temprano. ¡Verás qué pasa después!). En verdad, ella tenía razón. Al otro día en la mañana, todo se veía blanco. A la hora que me levanté, ya se podían observar algunas huellas de pisadas que se alejaban de nuestra residencia por el camino a la Universidad. Hacía frío y decidí quedarme en la cama toda la mañana. Sin embargo, en la tarde ya no resistí la tentación de irme a lanzar bolas de nieve y revolcarme en la capa de suelo helado, cuyos destellos de luz herían los ojos.

En estos días de Navidad, la nieve vuelve a nuestro quehacer aunque sea de una manera artificial. Al arbolito debemos colocarle algodón u otro material que nos transporte al frío invierno del Norte. No importa que la temperatura exterior te haga sudar a chorros. Así debe ser. Es un elemento que le da vida a nuestras ilusiones, esperanzas y sueños. No obstante, el ser humano es contradictorio por naturaleza. Siempre buscamos un motivo para inconformarnos con lo que sucede a nuestro alrededor. Y no lo veo mal. Es una condición para mejorar.

Foto:Xololounge/Morguefile

Tengo una amiga en las redes sociales que describe su cotidianidad en las frías tierras de Noruega con la misma calidez de sus orígenes caribeños. Azucala contó en su última publicación de Facebook cómo se le rompió la lavadora en momentos cuando la atención debe centrarse en la Navidad. “Menos mal que no ha caído mucha nieve. Puedo lavar. El agua no se congela en las tuberías”, agradece. Peter, otro amigo también nacido en el Caribe, comparte su sentir: “Aquí en Helsinki lamentablemente no tenemos nieve para que esta celebración sea perfecta”. En fin, la nieve no es lo más importante para pasarla bien durante esta festividad que reúne a la familia y a los amigos con un propósito que ha rebasado el espíritu religioso.

A veces parece que nadie está conforme con lo que tiene, pero es sólo una percepción. Recuerdo cómo una maestra en Moscú se paraba en el patio de la escuela para tomar la luz de un débil rayo solar que se filtraba entre los árboles. Para ella era suficiente, aunque tal vez hubiera deseado estar descansando más al sur en el balneario de Sochi. En estos tiempos se han puesto de moda las playas artificiales en las ciudades alejadas del mar. Del mismo modo, las grandes pistas de hielo se instalan en lugares con temperaturas templadas o tropicales. Es justo y necesario. Existen otras prioridades en nuestras vidas, pero necesitamos soñar con lo lejano y alcanzarlo aunque no sea para siempre.

Pistas de patinaje/Albertodc
    
  El frío me gusta, incluso puedo disfrutar una tormenta de nieve que amenace con sacar los carros del camino. No obstante, tampoco soy infalible a los estragos de las bajas temperaturas. Cuando se me congelaban las manos, las orejas, la nariz y los pies en mis años de estudiante, maldecía el momento. Pero el subconsciente parecía recordarme todo el tiempo: ¡Si te gusta la nieve, te aguantas!  

martes, 17 de diciembre de 2013

¿Qué canción no olvidarías?

La música nos acompaña siempre. Todavía podemos recordar las canciones que de pequeños nos cantaban o tarareaban nuestras madres. En la escuela también pasamos gratos momentos en aquellas actividades que incluían música. Por lo general, buscamos las estaciones de radio donde se pueden escuchar las rolas que más nos gustan, de cualquier género, pero que nos emocionen, nos hagan olvidar los problemas cotidianos o, por el contrario, que los recuerden. En las fiestas terminamos cantando las que desgarran el alma y pedimos al cantante de ocasión aquellas que nos activen momentos trascendentales de nuestras vidas. Casi todos tenemos preferencia por uno u otro cantante famoso, vivo o muerto, actual o pasado de moda. Somos parte del acervo musical porque mantenemos vivas las composiciones musicales. Por eso, no importa si nos vamos como emigrantes a la Conchinchina, donde quizás la música no tenga nada que ver con nuestro pasado. Entonces, al presente también le incorporamos los sonidos que nos dieron identidad así vengamos de Brasil, el Congo, Haití, Rusia, Afganistán, España o China.

Sin embargo, hay canciones que nos duelen más que otras. Todo depende de la manera en que coincidan o no con nuestros sentimientos. Es difícil explicar lo que nos pasa por la mente al escucharlas. Es como una rebelión apagada, cuya fuerza se escapa en una lágrima o, quizás, en un movimiento de cadera, en una copa de ron, de vodka o de tequila. En fin, la música nos sirve como válvula de escape.


Han venido a mí estas ideas, precisamente, por una de esas canciones que se involucran en el pesar de la realidad cotidiana, esa que toca de alguna forma a quienes difícilmente regresemos a nuestros países de origen. El autor, un hombre que convierte en merengue las tristezas: Juan Luis Guerra. Antes había escuchado Visa para un sueño, pero la había disfrutado de otra forma, porque no tenía un sueño o, más bien, una visa. Ahora la escuché atentamente mientras seguía su ritmo que no me es ajeno. En verdad, no sé exactamente por qué estoy escribiendo todo esto, pero tengo la sensación de que, a lo mejor, son ideas que otros también comparten. Sólo para motivar sus emociones, les dejaré algunos vídeos de canciones sobre los que se van... (Bueno, los mantuve por un tiempo, pero desaparecieron como desaparecen las noches y los días. Tal vez tendrá que ver con eso que llaman derecho de autor).

Me gustaría saber qué canción de cualquier tema te llevarías contigo si tuvieras que ir a vivir más allá de tus fronteras.


Visa para un sueño - Juan Luis Guerra



No soy de aquí ni soy de allá - Facundo Cabral (interpretada por Alberto Cortez)



Mojado - Ricardo Arjona



El extranjero - Enrique Bunbury



     

viernes, 13 de diciembre de 2013

Un carro para mi bicicleta

Crónicas de un inmigrante solo (V)


Metromover/Miami - Foto: Albertodc
Miami no es sólo playa. También es una urbe que se extiende hacia el oeste franqueando entradas de mar y muchos canales a través de puentes y carreteras tipo enredadera. No obstante, esta ciudad parece hecha para que la gente se anime a mejorar su apariencia, principalmente, mediante el ejercicio físico. La bicicleta constituye un medio indiscutible para lograrlo. Por eso, desde hace algunos años,  existe el propósito de ampliar esta práctica en toda la ciudad. En Miami Beach ya es un hecho. Cualquiera puede llegar a las estaciones de bicicletas y rentar la que prefiera. Lo mejor es que puedes devolverla en la estación que gustes.

Aunque el propósito es extender el uso de la bicicleta hacia otras partes de la ciudad, en la práctica resulta más complicado. La construcción de ciclovías no destruye totalmente los mitos y las costumbres. El temor a ser atropellado por un carro y cierta precaución ante posibles acciones delictivas ensombrecen el camino para evitar la congestión vehicular y lograr un ambiente sin contaminación. Sin embargo, muchas personas optan por trasladarse en ellas, ya sea para ahorrar por concepto de transportación, suplir la inexistencia de autobuses en determinados horarios o matar dos pájaros de un tiro: economía y salud.

En lo personal, todos estos propósitos me están llevando a conseguirme una bicicleta. Por ahí dicen que cualquiera te regala una; pero, como aún no conozco a muchas personas en la ciudad, lo veo algo difícil. Estaré obligado a colocar mi anuncio en las paredes de algún supermercado de la localidad. En verdad, no me acaba de gustar la idea de trasladarme en bicicleta aunque sea para regresar del trabajo cuando ya no pasan los buses. La única vez que recibí con verdadera alegría una bicicleta fue el día que los reyes magos me trajeron una como a los diez años. Esa no recuerdo a dónde fue a parar. De adulto tuve otra que me sirvió para ir a trabajar en varias ocasiones y una vez a la playa de Bacuranao, en el este de La Habana. Parecía esqueleto en bicicleta. Al final, la vendí.

Aquí en Miami tengo la opción de hacer trampa. El transporte público permite a sus usuarios llevar consigo la bicicleta, lo que resulta magnífico para acortar camino, evitar lugares intransitables para los ciclistas y protegerse en momentos de torrenciales aguaceros. En la parte delantera de los autobuses hay un soporte donde se puede colocar. Llegas, abres el mecanismo de manera manual, la subes y la aseguras mientras el chofer y los pasajeros esperan que concluyas tu maniobra como lo más natural del mundo. La bici también te puede acompañar en el metrorail y en el metromover. Es como si llevaras de paseo a tu mascota.

De todas formas, hay algo que no me acaba de convencer. No quiero hacerle competencia al transporte de la ciudad. Por tanto, me seguiré subiendo al bus y, en caso necesario, pediré ride a los amigos. Y para seguir la tónica del transporte público de Miami, continuaré ahorrando con el objetivo de comprarme un carro donde yo mismo pueda llevar mi bicicleta.