viernes, 13 de diciembre de 2013

Un carro para mi bicicleta

Crónicas de un inmigrante solo (V)


Metromover/Miami - Foto: Albertodc
Miami no es sólo playa. También es una urbe que se extiende hacia el oeste franqueando entradas de mar y muchos canales a través de puentes y carreteras tipo enredadera. No obstante, esta ciudad parece hecha para que la gente se anime a mejorar su apariencia, principalmente, mediante el ejercicio físico. La bicicleta constituye un medio indiscutible para lograrlo. Por eso, desde hace algunos años,  existe el propósito de ampliar esta práctica en toda la ciudad. En Miami Beach ya es un hecho. Cualquiera puede llegar a las estaciones de bicicletas y rentar la que prefiera. Lo mejor es que puedes devolverla en la estación que gustes.

Aunque el propósito es extender el uso de la bicicleta hacia otras partes de la ciudad, en la práctica resulta más complicado. La construcción de ciclovías no destruye totalmente los mitos y las costumbres. El temor a ser atropellado por un carro y cierta precaución ante posibles acciones delictivas ensombrecen el camino para evitar la congestión vehicular y lograr un ambiente sin contaminación. Sin embargo, muchas personas optan por trasladarse en ellas, ya sea para ahorrar por concepto de transportación, suplir la inexistencia de autobuses en determinados horarios o matar dos pájaros de un tiro: economía y salud.

En lo personal, todos estos propósitos me están llevando a conseguirme una bicicleta. Por ahí dicen que cualquiera te regala una; pero, como aún no conozco a muchas personas en la ciudad, lo veo algo difícil. Estaré obligado a colocar mi anuncio en las paredes de algún supermercado de la localidad. En verdad, no me acaba de gustar la idea de trasladarme en bicicleta aunque sea para regresar del trabajo cuando ya no pasan los buses. La única vez que recibí con verdadera alegría una bicicleta fue el día que los reyes magos me trajeron una como a los diez años. Esa no recuerdo a dónde fue a parar. De adulto tuve otra que me sirvió para ir a trabajar en varias ocasiones y una vez a la playa de Bacuranao, en el este de La Habana. Parecía esqueleto en bicicleta. Al final, la vendí.

Aquí en Miami tengo la opción de hacer trampa. El transporte público permite a sus usuarios llevar consigo la bicicleta, lo que resulta magnífico para acortar camino, evitar lugares intransitables para los ciclistas y protegerse en momentos de torrenciales aguaceros. En la parte delantera de los autobuses hay un soporte donde se puede colocar. Llegas, abres el mecanismo de manera manual, la subes y la aseguras mientras el chofer y los pasajeros esperan que concluyas tu maniobra como lo más natural del mundo. La bici también te puede acompañar en el metrorail y en el metromover. Es como si llevaras de paseo a tu mascota.

De todas formas, hay algo que no me acaba de convencer. No quiero hacerle competencia al transporte de la ciudad. Por tanto, me seguiré subiendo al bus y, en caso necesario, pediré ride a los amigos. Y para seguir la tónica del transporte público de Miami, continuaré ahorrando con el objetivo de comprarme un carro donde yo mismo pueda llevar mi bicicleta.    
   


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